diciembre 14, 2025
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Por: Diego Alberto Hernández

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Hay gobiernos que arrancan como un amanecer que promete claridades nuevas. Llegan impulsados por figuras curtidas en la vida pública, por empresarios que se aventuran a invertir capital político y económico, y por ciudadanos deseosos de romper inercias que les pesan como piedras mojadas. A veces esa esperanza florece. Otras, se marchita pronto. En Navolato estamos frente al segundo caso.

Jorge Bojórquez Berrelleza ascendió a la presidencia municipal cargando en hombros el impulso de varios expresidentes, el respaldo de empresarios influyentes y, sobre todo, el hartazgo de un pueblo dispuesto a creer en una nueva ruta. Hoy, aquel impulso se ha vuelto un recordatorio incómodo. Un eco. Una pregunta en el aire: ¿cómo se descarrila un proyecto tan rápido?

Su llegada al poder no fue producto de un liderazgo magnético ni de propuestas sólidas. Fue el resultado de acuerdos, de apuestas calculadas, de la necesidad de unificar fuerzas dispersas. Sin embargo, los mismos actores que lo impulsaron ahora buscan distancia. Se han convertido en ex aliados que caminan mirando al piso, arrepentidos de haber respaldado una administración que naufraga entre ineficiencia y autoritarismo.

El deterioro de los servicios básicos es apenas la superficie visible del problema. Colonias enteras sobreviven días sin agua. Las calles quedan a merced de la penumbra. La basura se acumula hasta volverse parte del paisaje, como si la ciudad llevara meses escribiendo en silencio su propio diagnóstico: un Ayuntamiento que dejó de funcionar. Mientras tanto, el Dr. Bojórquez parece más comprometido con justificar la ausencia de resultados que con atender las necesidades urgentes de la población.

A ese fracaso operativo se suma algo más inquietante: el talante represivo que empieza a filtrarse por las rendijas de la administración. El intento de marginar al regidor Omar Quevedo y a la síndica procuradora Patricia Arellano por votar en contra de una propuesta exhibió un estilo de gobierno que no tolera el disenso. Quien no se alinea es castigado. Quien cuestiona es convertido en enemigo. Y eso, en un Cabildo, no se llama disciplina política; se llama abuso de poder.

Excluir a un regidor de comisiones, negarle información a una síndica, activar campañas internas para desprestigiar a quienes ejercen su función institucional no es política: es retroceso. Es un mensaje claro de que dentro del Ayuntamiento se gobierna desde la cerrazón, no desde la confianza.

La ironía es inevitable. El mismo Dr. Bojórquez que hoy reprime a quienes disienten llegó a la silla presidencial apoyado por personajes que construyeron su trayectoria defendiendo el diálogo y la pluralidad. Los empresarios que apostaron por estabilidad hoy observan un deterioro acelerado de la confianza ciudadana, un empobrecimiento del ambiente político y una administración que amenaza con contaminar también el clima económico.

La pérdida de rumbo ya es evidente para cualquiera dispuesto a mirar sin filtros. El presidente municipal no gobierna: reacciona. No lidera: ordena. No construye: confronta. Su prioridad no es el agua que no llega, ni la oscuridad que se extiende en las calles, ni la basura que se acumula. Su obsesión es perseguir críticos como si el municipio fuera un tablero personal.

Y mientras la administración se consume en pleitos internos, Navolato paga las consecuencias.

La ciudadanía no exige milagros, solo coherencia. Solo que quienes llegaron con apoyo político y empresarial estén a la altura de ese respaldo. Servicios dignos. Respeto a las instituciones. Capacidad de reconocer errores. Una brújula, siquiera.

Los servicios públicos pueden rehabilitarse.
La confianza, en cambio, una vez fracturada, exige cicatrización lenta.
El respaldo político, ese capital que sostiene gobiernos, comienza a deshacerse entre los dedos del alcalde.

Y cuando un poder pierde el rumbo, lo primero que se extravía es la legitimidad. Luego, inevitablemente, llega el resto.